EL Hombre Que Nunca Muere
El hombre que nunca muere, según Voltaire, es el Conde de Saint-Germain que pasa por ser uno de los más misteriosos e importantes hombres que ha conocido la humanidad. Todo en su biografía se halla rodeado de enigmas, desde su nacimiento a su muerte. Unos decían que era hijo de un judío portugués, otros que había sido un rabino, y hasta algunos juraban que llegó a ser jesuita en España. La policía francesa creía que era un espía prusiano.
Su existencia no es, pues, fruto de la leyenda, fue un personaje real, e incluso aparece en las memorias de Casanova, el gran amante italiano, quién lo trató en varias ocasiones y escribió acerca de él: «A nadie he oído hablar con tanta elocuencia y fascinación. Razonaba de una forma tan extraordinaria, que el sabio y el ignorante le entendían debido a que se estaba dirigiendo a ellos en un mismo nivel». También es cierto que posteriormente lo tachó de farsante, pero de lo que no cabe duda es de que causó gran impresión por allí por donde pasó.
En Inglaterra, donde estuvo en 1745, un hombre llamado Horace Walpole, dio de él la siguiente descripción: «Canta, toca el violín maravillosamente, compone, es maníaco y no muy sensible». Uno de los amigos y discípulos de Saint-Garmain, el príncipe Karl Von Hesse-Kassel, escribió Memorias de mi tiempo, donde llama al conde «uno de los mayores filósofos que han vivido nunca».
Él mismo reconocía poseer toda la ciencia de los Templarios. Era al parecer miembro de la secta gnóstica de «Saint-Jakin», fundada en el siglo XVIII, que desde el primer momento se entregó a la práctica de la magia, sirviéndose de los secretos de la «Rosa-Cruz» y de los Templarios. Se dieron esa denominación tan peculiar partiendo de los nombres grabados en las columnas más importantes del Templo de Salomón: Jakins y Bohas. También comentaba que había estado en la corte de Cleopatra, con Hernán Cortés en México, o en la segunda y tercera Cruzada formando parte de los caballeros de la Orden del Temple.
Cierto esto o no, el Mariscal de Belle-Isle presenta en 1749 a Saint-Germain al Rey de Francia Luis XV y a la Marquesa de Pompadour. El Conde, introdujo la mano en una bolsa que llevaba con él, y tomando un puñado de diamantes, desparramándolos sobre una lujosa mesa que había entre él y el rey, y ante la exclamación de placer de éste, dijo: «Si place a vuestra Majestad, aceptad estas piedras como una pobre ofrenda. Aquí hay algunos diamantes que yo he sido capaz de fabricar gracias a mi arte».
El conde se hizo un habitual del Palacio de Versalles. Sin embargo, se negaba a conceder citas previas, ni atendía invitaciones. Aparecía en los lugares cuando le apetecía, siempre llevando bálsamos, elixires, cremas y aceites. Había fabricado un agua mágica que detenía el envejecimiento. Si aceptamos todas las historias que de él contaron sus coetáneos, tendríamos que creer que llegó a los doscientos años.
Lo que sí se sabe es que una tarde entró en Versalles llevando un traje adornado con diamantes, todos los cuales debían valer según la opinión de joyeros expertos, más de doscientas mil libras. Cuando le investigó la policía, se comprobó que no poseía ninguna cuenta bancaria, tampoco recibía dinero de algún negocio o cliente y en ningún momento utilizaba letras de cambio. Entonces, ¿de dónde provenían sus riquezas tan fabulosas?
Algunos autores no dudan de que había conseguido el gran sueño de los alquimistas: la piedra filosofal, es decir, poder convertir cualquier metal en oro… o en diamantes, por el procedimiento de transformar carbón en esta piedra preciosa. El London Chronicle del 31 de mayo-3 de junio de 1760 decía: «Podemos decir con justicia que este caballero debe ser considerado como un extranjero desconocido e inofensivo; alguien que tiene reservas económicas para realizar grandes gastos y cuyo origen se desconoce. De Alemania trajo a Francia la reputación de un ser eminente y eficacísimo alquimista. Corre el rumor de que podría fabricar oro. Sus muchos gastos parecen confirmar este rumor».
Otra de las leyendas que acompañaban al extraordinario Saint-Germain contaba que había construido un taller de alquimista en los sótanos del Palacio, donde fabricó dinero para el regente. Éste habría superado así una grave crisis económica, una mañana que se presentó en el Banco Central de París llevando unos cofres que contenían cien millones de libras en monedas de oro. ¿Las habría conseguido a través de la piedra filosofal, cuyo secreto conocía el representante de los Templarios? Se dice que, al principio, el monarca francés se mostró muy escéptico en cuanto a los conocimientos del Conde en cuanto a Química y transmutación, pero no podía mostrarse demasiado crítico con un hombre, que, a fin de cuentas, poseía diamantes más grandes que los suyos.
El magnífico castillo de Chambord, con sus 440 habitaciones, fue puesto a disposición de Saint-Germain, donde enseñó a Luis XV los secretos de la ciencia hermética, en sesiones nocturnas en las que nadie, excepto el rey, Madame de Pompadour y el conde estaban presentes. Una de las mentes más privilegiadas que Francia dio al mundo durante el Siglo Ilustrado, el genial Voltaire, tenía una definida opinión acerca del alquimista: «Es un hombre que lo sabe todo», declaró.
En una carta dirigida a Federico el Grande acerca de Saint-Germain, el genio francés le advertía, de que «probablemente tendrá el honor de ver a Vuestra Majestad en el curso de los próximos cincuenta años». La piedra filosofal no solo ayudó al conde a manufacturar oro y diamantes, le sirvió también como elixir de juventud. El Barón de Gleichen decía en sus memorias que había oído a Jean-Philippe Rameau decir que había conocido a Monsieur de Saint-Germain en 1710, época en la que «tenía la apariencia de un hombre de cincuenta años de edad». Los recuerdos de las personas que habían conocido al conde indican que éste poseía un elixir que en raras ocasiones daba a ciertas personas.
Años más tarde, el Conde de Saint-Germain conspiró con los masones para el derrocamiento de la monarquía francesa. Se dice que suyos fueron los anónimos que recibió María Antonieta, en los que se le indicaba cuándo, dónde y cómo iba a morir. Sin embargo, el mismo Conde «falleció» antes de tales acontecimientos, supuestamente tal suceso acaeció el 27 de febrero de 1784. El registro de la iglesia de Eckernförde (Alemania) contiene la siguiente anotación: «Muerto el 27 de febrero, enterrado el 2 de marzo, el así llamado Conde de Saint-Germain y Weldon. Se desconoce otra información. enterrado privadamente en esta iglesia».
Existe, al parecer, una carta que el misterioso conde envió a una gran amiga suya, la Condesa de Adhemar, advirtiéndole de todo cuanto iba a suceder, profetizando la caída de la monarquía francesa y la muerte del Duque de Orleáns. Añadió, además, una fecha y un lugar para citarse, después de muerto, con la Condesa, por si esta «seguía queriendo encontrarse con un viejo amigo». Se dice que Madame Adhemar acudió a la cita, la misa de las ocho en los Recoletos, y allí se encontró al viejo sabio alquimista, vivo y sin huellas de haber sufrido ninguna enfermedad. Cuando la Condesa le preguntó por su paradero, le contestó que venía de Japón y de la China.
Esta aparición, supuso que la figura de Saint-Garmain adquiriese proporciones fuera de toda lógica. Le volvieron a ver gentes de distintos continentes y en épocas muy separadas, siempre lleno de vitalidad. Así pués, al cabo de un año, Freumauer Brüderschaft in Frankreich, volumen II, página 9, contiene esta noticia: «Entre los invitados francmasones a la gran conferencia de Wilhelmsbad, el 15 de febrero de 1785, hallamos a Saint-Germain, junto a Saint-Martin y muchos otros». La condesa de Genlis en sus Memorias, afirma haberlo visto en Viena en el año… ¡1821! Si tenemos en cuenta que en 1710 el conde parecía tener unos cincuenta años, en 1821 debería tener cerca aproximadamente… ¡160 años de edad!
El único manuscrito que se conoce de Saint-Germain es La trés Sainte Trinosophie, conservado en la Biblioteca de Troyes. Franz Graffer escribe en sus Memorias de Viena una significativa cita del conde: «Parto mañana por la noche; desapareceré en Europa y marcharé a los Himalayas (donde al parecer habría encontrado a los hombres «que lo sabían todo»)».
También dijo el conde: «Se necesita haber estudiado en las pirámides, tal como yo lo he hecho». En otra ocasión, según Graffer, afirmó Saint-Germain: «Fui muy requerido en Constantinopla, y a la vez en Inglaterra, para preparar los inventos que tendréis el próximo siglo: trenes y buques de vapor».
Muy interesante