La Orden del Temple y su Grandeza

La Orden del Temple y su Grandeza

La grandeza de la Orden del Temple mas poderosa de la historia. Desde el primer momento se quiso dejar claro que para los Templarios las obligaciones religiosas siempre deberían estar por encima de las militares, porque se entendía que un cristiano reconfortado con el favor divino se hallaría más dispuesto al martirio.

Lógicamente, no se suponía que los nuevos monjes-caballeros eran enviados a la muerte, ya que por su condición de excelentes guerreros lo más probable es que triunfasen en cualquier batalla que fueran a librar, al contar con la importante ayuda añadida de Dios. Así era la mentalidad de la época.

En torno al joven abad de Claraval se agruparon Pedro el Venerable, abad del Cluny (la otra gran orden monacal aparte de la del Cister), el abad Suger de Saint-Denis, el prior de la Cartuja y Esteban Harding, abad del Cister, impulsando entre todos ellos el nacimiento y crecimiento del Temple.

Favorecidos por las redes de monasterios que obedecían a ese grupo de grandes abades aliados de Bernardo, el pequeño pelotón de Templarios que había asistido a Troyes se dispersó por los diversos reinos europeos para presentar en vivo el mensaje del concilio y logró en todas partes un apoyo inmediato.

Císter, Cluny y Temple colaboraron estrechamente.

Hugo de Payns y sus compañeros donaron al Temple sus tierras, con las que se constituyeron las primeras encomiendas. Una riada de nuevos reclutas para la Orden se incorporó a los trabajos de los cinco misioneros templarios, llamados de todas partes para que explicasen su vocación, que sintonizaba perfectamente con el sentido cristiano y caballeresco de aquellos tiempos.

Todos ellos recibían donaciones en cantidad y calidad sorprendentes, que, en pocos años, con el apoyo de Cister y Cluny, transformaron Europa en un auténtico entramado templario.

El extenso recorrido de los cinco monje-soldado por varios reinos después de la clausura del concilio de Troyes fue verdaderamente triunfal. Fueron acogidos con entusiasmo y generosidad desbordantes por reyes, obispos, príncipes, nobles y el pueblo, prácticamente sin excepciones.

Las hazañas de los cruzados en Tierra Santa habían inundado de fervor religioso a las gentes de Occidente, y la ayuda al Temple, esa Orden que resumía y concentraba lo mejor de la Cruzada y que estaba avalada por San Bernardo y sus aliados, ofrecía a todos la posibilidad inmediata de participar en la defensa de los Santos Lugares.

La Orden del Temple y su Grandeza
Templarios soldados de Dios

Hugo de Payns se dirigió a Anjou y Maine, con gran éxito. Después recorrió Poitiers y Normandía, donde de alguna manera estaba emparentado con los duques gobernantes, así que fue muy bien atendido. Se le concedieron tierras e importantes donaciones de todo tipo, se le permitió hacer una recluta, se le abrieron las iglesias y se le dejó hablar en las plazas.

Allí, Enrique I de Inglaterra le comunica que existe gran expectación por conocer al Temple en su país, por lo que el maestre se presenta en Inglaterra y Escocia, de donde consiguió traerse un buen puñado de hombres. Desembarcó en Flandes y llegó a su Champagne natal en enero de 1129, acompañado por gran número de nobles y caballeros que habían tomado la Cruz. Muchos de ellos deseaban ingresar en la Orden nada más llegar a Jerusalén.

Al mismo tiempo, los demás Templarios habían realizado un trabajo semejante en las regiones de origen. Godofredo de Saint-Omer en Flandes, Payen de Montdidier en Picardía. Hugo Rigaud obtuvo tal acogida en el sur de Francia, que tuvo que encomendar a otro Templario recién iniciado la continuación de su labor en España.

Todavía en ese mismo año, los cinco Templarios y su contingente de selectos reclutas descienden entre el clamor de ciudades y pueblos por el valle del Ródano, para embarcarse hacia Jerusalén, donde son recibidos en triunfo en la Casa del Temple, su cuartel general, adonde habían enviado cantidades ingentes de oro y plata, para ir preparando su espléndido despliegue militar en Tierra Santa.

El primer Maestre podía sentirse satisfecho. Había dejado en occidente una amplia poderosa organización templaría en marcha, que enviaría cada vez más recursos y hombres a Ultramar.

Esa retaguardia dirigida por los lugartenientes, con Hugo Rigaud como procurador de la Orden a la cabeza, extendió la presencia e influjo del Temple por las regiones ya sondeadas por la primera expedición, y poco después, por otros reinos cristianos, como el Imperio Alemán, Italia y las Coronas de Aragón, Portugal y Castilla, donde se comprendió perfectamente el mensaje templario porque la Península Ibérica era también tierra de Cruzada desde el inicio de la Reconquista.

Banqueros, monjes y guerreros.

No se conocen bien las actividades de los Templarios durante los años inmediatamente posteriores, hay poca información al respecto. Es probable que los caballeros concentraran sus recursos en la tarea para la cual habían sido destinados en un principio: proteger las rutas que solían transitar los peregrinos, exceptuando un frustrado asalto contra Damasco, proyectado por Balduino II, a la vuelta de Hugo de Payns con las fuerzas que había reclutado.

La primera fortaleza importante asignada a los Templarios no se hallaba en el reino de Jerusalén, sino en la frontera más septentrional de las posesiones latinas, que eran las montañas de Amanos, que hacían de frontera entre lo que era en aquella época el reino armenio de Cilicia y el principado cristiano de Antioquía. En la década de 1130, al Temple se le dio la responsabilidad de proteger esa región fronteriza.

Para proteger el paso de Belén, en la marca de Amanos, ocuparon la fortaleza de Bragas, a la que llamaron Gastón, un castillo erigido sobre un peñasco inexpugnable. Más al norte, para proteger el paso Hajar Shuglan, ocuparon los castillos de Darbsaq y La Roche de Roussel.

En la Cisterna Rubea, a mitad de camino entre Jerusalén y Jericó, los Templarios construyeron un castillo, una estación vial y una capilla. Había una torre templaría más cerca de Jericó, en Bait Jubr at-Tahtani; un castillo y un priorato en la cima del Monte de la Cuarentena y un castillo junto al río Jordán.

Hugo de Payns, fundador del Temple, murió, tras ver cumplido su pujante y su ideal, el 24 de mayo de 1136. Se ignora la causa, pero se sabe que no fue en combate. Tres años después, el 29 de marzo de 1139, el Papa Inocencio II dictó la bula Omne datum optimum, dirigida al segundo Maestre Roberto de Craon, que proporcionaba al Temple importante ventajas: quedaban eximidos de toda jurisdicción eclesiástica intermedia, estando sujetos solamente al Papa.

Incluso el Patriarca de Jerusalén, ante quien los caballeros fundadores habían hecho sus votos, perdía toda autoridad sobre la Orden. La bula la permitía al Temple tener sus propios oratorios y autorizaba a los sacerdotes a unirse a la hermandad en calidad de capellanes, lo que hacía a los Templarios totalmente independientes de los obispados diocesianos, tanto en Ultramar como en Occidente.

El Temple tenía derecho a percibir diezmos, pero no necesitaba pagarlos, exención que hasta el momento solo se había concedido a los cistercienses, y podía tener cementerios contiguos a sus casas. Asimismo, los miembros tenían derecho al botín tomado al enemigo y solo debían responder ante su maestre, que sería uno de ellos, elegido por el cabildo sin ninguna presión de los poderes seculares.

Durante los subsiguientes papados de Celestino II y Eugenio III, las bulas expelidas -Milites Templi en 1144 y Militia Dei en 1145- refuerzan los privilegios de los Templarios y sugieren que el respaldo a la Orden era desde ese momento la política oficial de la curia romana. Retener Tierra Santa era la prioridad, quienquiera que fuese el que llevara la tiara papal, y la Orden del Temple ya se había convertido en un pilar de la guerra de la cristiandad contra el Islam.

+++Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino a Tu nombre sea dada la Gloria+++

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