Los Herederos de la Orden del Temple
Los herederos de la Orden del Temple y su leyenda comenzó a forjarse el mismo día de la muerte en la hoguera de su último Maestre, Jacobo de Molay. Se cuenta que antes de ser consumido por las llamas, Jacobo de Molay convocó al Rey y al Papa ante el tribunal de Dios antes de cumplido un año, con las palabras «Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad».
Casualidad o no, el destino deparó que ese mismo año, tal y como profetizara el maestre templario, fallecieron tanto Felipe IV como Clemente V. Poco más de un mes después de la ejecución, el Pontífice era presa de «un dolor insufrible que le mordía el vientre». Sus médicos comunicaron que había muerto «a merced de unos horribles sufrimientos», posiblemente envenenado.
Del rey francés se suele decir que la muerte le sobrevino por fiebre y gangrena de heridas ocasionadas por caída de su caballo durante una cacería, aunque hay quien discrepa asegurando que cayó enfermo aquejado de dolores gástricos acompañados de vómitos y diarrea, sequedad en la boca y sed insaciable.
No tenía fiebre. ¿Otro envenenamiento? Asimismo, tres colaboradores de Felipe IV fueron hallados apuñalados o ahorcados. ¿Se había cumplido la amenaza de De Molay? Desde luego, para los que no creemos en las maldiciones, alguien tuvo que llevarla a cabo.
Un hecho bastante posterior nos indica que la idea de una venganza templaría contra sus destructores estuvo fresca en el subconsciente colectivo durante largo tiempo. Se cuenta que durante la revolución francesa, cuando la cabeza de Luis XVI cayó bajo la guillotina, un personaje anónimo salto al cadalso y exclamó dirigiéndose a la multitud «¡Jacobo de Molay, ya estás vengado!».
Huelga decir que el monarca francés descendía de Felipe IV. Este pasaje, de dudosa realidad la verdad sea dicha, indica no obstante el grado en el que las leyendas sobre la continuidad de los Templarios habían calado entre las gentes de la época. De hecho, muchos francmasones al conspirar contra la monarquía francesa creían sinceramente colaborar a que se cumpliera la maldición que lanzara Jacobo de Molay antes de morir.
Todos estos indicios hacen que nos ronde en la cabeza la posibilidad de una herencia templaría, de un legado transmitido a espaldas de lo que la historia afirma. Si existió un brazo ejecutor, al menos durante los años posteriores a la caída de la orden, quizás el Temple no se extinguió tan pronto como suelen afirmar los estudiosos. Pero… ¿esta continuidad se prolonga hasta nuestros días?
En 1981, la Curia romana realizó un inventario de grupos u organizaciones que, de una manera u otra, se identificaban como los herederos de la Orden del Temple. El resultado final deparó que existían más de cuatrocientas asociaciones repartidas por todo el mundo.
En los archivos del Vaticano se han recibido al menos unas doscientas cincuenta peticiones de restauración de la Orden del Temple provenientes de estos colectivos. La mayoría presumen de ser los auténticos continuadores, descendientes directos de la antigua orden medieval, asegurando poder mostrar, cuando llegue el momento, los documentos que avalan sus derechos sucesorios.
Otros son mas humildes. Se limitan a decir que su intención es recobrar el «espíritu» templario y se imponen misiones como la caridad, la lucha contra la droga o cualquier otro ideal digno de nobleza e idealizado espíritu caballeresco.
Existe, como en todas las facetas de la vida, un tercer grupo compuesto por chantajistas, charlatanes y gentes sin escrúpulos, dedicados a utilizar el nombre del Temple para asegurarse una buena recaudación a costa de crédulos e incautos.
De esta forma se dedican a expender títulos y cargos, medallas y condecoraciones, de la forma más pomposa mientras llenan sus bolsillos con el dinero de aquellos que esperan, de esta forma, ser parte de lo que siempre han admirado. Podríamos añadir también en este grupo a sectas satánicas y grupos de tendencias políticas que camuflan sus actividades bajo nombres más o menos relacionados con los Caballeros Templarios.
Antes de continuar debemos declarar que existen, por supuesto, herederos «oficiales» de la Orden del Temple. Cuando la orden fue disuelta por bula pontificia sus bienes fueron mayoritariamente entregados a la Orden de San Juan de Jerusalén o Caballeros Hospitalarios (hoy llamada Orden de Malta) y a las órdenes militares de la Península Ibérica, como es el caso de la Orden de Montesa en España y la de Cristo en Portugal, que fueron creadas expresamente para recibir a los caballeros templarios que participaban en la Reconquista.
En cualquier caso, no se observa en estas órdenes ninguna de las «desviaciones» de las que fueron acusados los Templarios ni tampoco haber mantenido ritos sospechosos de susceptibilidad. Es posible, por otra parte, que estas órdenes no hubieran recibido la herencia espiritual y los diversos secretos del Temple.
Dos reivindicaciones muy extendidas.
Entre las actuales tradiciones neotemplarias, destacan dos por la aceptación que tienen y el interés que muestran por ellas los especialistas en templarismo.
Una es la que defiende ser los herederos de la Orden del Temple, con una gran actividad en todo el mundo, basando su legítimo legado en una carta de transmisión fechada en 1324.
Según este documento, Jacobo de Molay fue sucedido de forma clandestina por un tal Jean-Marc Larménius y en él constarían las firmas de todos los maestres del Temple que se habrían ido sucediendo en la sombra hasta que en 1804 ocupó este elevado cargo Bernard Fabré-Palaprat.
Fabré-Palaprat, cuyas actividades parecen haber sido facilitadas por el mismo Napoleón Bonaparte, dio a conocer públicamente la asociación que presidía en una ceremonia llevada a cabo en 1808 en la Iglesia de San Pablo y San Antonio de París.
Más que una Orden militar lo que había creado era una iglesia inspirada en el evangelio de San Juan que se oponía a la «Iglesia de Pedro», negaba la resurrección de Cristo y algunos sacramentos.
Para explicar su filiación, cuentan que Larménius recogió el testigo directamente de Jacobo de Molay y que tras pasar a la clandestinidad, reorganizó la Orden del Temple tras condenar a los templarios disidentes.
Lamentablemente, la carta de transmisión en la que se basan su reivindicación nunca ha podido ser estudiada por investigadores independientes, por lo que una tesis bastante seria afirma que se trata de una falsificación del siglo XVIII llevada a cabo por un jesuita, por encargo del duque Felipe de Orleáns.
Realmente no se puede dar una opinión certera sobre este documento, ya que hasta que no sea facilitada a historiadores e investigadores no podrá probarse su autenticidad. Esto no impide que sus miembros afirmen ser los únicos en poder demostrar que descienden en línea directa de los Templarios.
La otra tradición a la que hacíamos referencia, proviene también del siglo XVIII y defiende la supervivencia oculta del Temple a partir del expreso deseo del último maestre de los Templarios. La diferencia con la anterior teoría es que no conocemos a ninguna sociedad que se haga eco actualmente de la propiedad de este legado.
Según cuenta la leyenda, Jacobo de Molay habría hecho llamar unos días antes de morir a un hombre de confianza para encargarle la misión de reorganizar la orden tras la supresión llevada a cabo por el Papa. El elegido fue François de Beaujeu, sobrino del maestre que precediera a De Molay en el cargo, Guillaume de Beaujeu. François debía dirigirse a las tumbas de los maestres del Temple parisino y, justamente en el sepulcro de su pariente, recoger un joyero que debía devolver al maestre actual.
Cumplida su misión, De Molay le encargó la reorganización del Temple y le inició en los secretos de la Orden. Asimismo le entregó el joyero, que contenía la reliquia más preciada de los Templarios: el dedo índice de la mano derecha de Juan Bautista. Luego le reveló que en el mismo féretro donde había encontrado el joyero se hallaban los documentos y anales secretos de la orden, así como el tesoro templario.
François de Beaujeu convenció a Felipe «el Hermoso» de que le permitiera acceder al cuerpo de Guillaume de Beaujeu para inhumarlo en el feudo de la familia. El relato dice que de esta forma recuperó las riquezas y los archivos.
Luego reunió a otros ocho fieles caballeros y todos hicieron confesión de propagar la Orden del Temple por todo el globo mientras se pudieran encontrar en él nuevos arquitectos perfectos. Tras este juramento, la orden se reorganizó en Aberdeen y, pasados varios siglos, dio lugar a las primeras logias masónicas escocesas. Esto, claro está, es lo que cuenta la leyenda.
+++Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino a Tu nombre sea dada la Gloria+++