Los Horrores de la Tortura a Los Templarios
Los Horrores de la Tortura a los Templarios y las acusaciones que recaían sobre la orden eran graves, y muchos reyes decidieron indagar. Es comprensible que la orden, hermética ante el exterior y con fuertes influencias del pensamiento oriental, cristiano o no, diese lugar a ciertos recelos.
Sin embargo, mientras en Francia se extrajeron confesiones a través de torturas aplicadas con verdadera saña a templarios ancianos sobre todo ( 138 torturados en Paris, confesando 135 los crímenes que pretendían oir sus inquisidores y muriendo tres antes que confesar), en otros reinos se procedió con métodos más humanos.
Entre los no iniciados en el tema, a menudo sorprende la escasa resistencia que opusieron los templarios a emitir sus confesiones cuando cayeron en manos de los esbirros de Guillermo de Nogaret. Así pues, conviene hacer unas pocas apreciaciones: Primero, solo fueron torturados templarios viejos, como el pobre gran maestre Jacobo de Molay, que por muy gran maestre que fuese era un pobre anciano, ya no muy sano debido a los combates en tierra santa, que rondaba quizás los 60 años cuando fue torturado.
También fueron torturados en menor número templarios aun languidecíentes de las heridas de tierra santa, pero aún dándose estas circunstancias, nos parece muy sorprendente que un hombre, aún joven fuerte y valeroso, hubiera podido resistir las barrabasadas de los inquisidores franceses. Varios templarios murieron durante estas, bien por no desear confesar o bien por írsele la mano al inquisidor.
Las torturas medievales, ya espantosas de por si, se llevaron a extremos infames con los templarios. Por ejemplo, el pobre Bertrand de Vado, regreso a su celda, con unas condiciones higiénicas indignas del más sucio estercolero, con los huesos del brazo al descubierto, arrancada su carne a golpes con varas de hierro candentes al negarse a confesar ante horrores más tolerables.
La Iglesia y los horrores de la tortura a los Templarios
El Papa no veía con buenos ojos la detención de los miembros de una orden religiosa por el rey, veía aún peor que fuesen torturados y se horrorizaba ante el descredito que sus confesiones forzadas podían verter sobre otras ordenes monásticas. Aunque en un principio le pillo de sorpresa, pronto reacciono.
Acaso un Bonifacio VIII se habría puesto serio con Felipe, y habría intentado salvar a la orden. Pero Clemente V tenía demasiado apego a la vida como para arriesgarse tanto, lo que no le evitó llevar a cabo una maniobra bastante hábil. La bula Pastoralis Proeminentiae ordenaba el arresto de los templarios, pero como la bula procedía del Papa, el arresto habría de proceder también del Papa, así que Felipe IV entrego los prisioneros templarios a la Iglesia, muy a su pesar.
Muchos templarios, entre ellos Jacques de Molay, libres de nuevas torturas, se retractaron de las confesiones a las que los crueles sicarios de Nogaret les habían forzado. Felipe IV vio que el asunto se desviaba de donde le convenía, y se apresuró a contraatacar a Clemente.
Una serie de libelos y calumnias bien distribuidas contra el Papa, y una brillante actuación de la oratoria de Felipe IV ante los Estados Generales (Aquí, una institución similar serían las cortes de la época) obligaron al temeroso Clemente V a negociar.
Así, los templarios serían de nuevo interrogados, pero por tribunales mixtos, formados por eclesiásticos del Papa y sicarios de Nogaret. Estos sabotearon los interrogatorios: Templarios enfermos, muertos en sus celdas u oportunamente quemados junto a algunos compañeros de la orden ya condenados en Sens.
Casualmente, los mismos templarios que se habían retractado o pensaban hacerlo. El pobre Jacques de Molay, viendo a Nogaret en el tribunal, recordó los tormentos sufridos y reconoció de nuevo las faltas que le achacaban. El Papa había fallado en su jugada, y los templarios aparecían de nuevo culpables de los crímenes imputados en el nuevo proceso.
El Papa Clemente V.
Clemente recibió los resultados en 1311, constatando que los mismos procesos en Alemania o España daban por inocentes a los templarios. El Papa titubeó entre oponerse a Felipe IV o ceder a sus deseos de disolver la orden: Convocó un concilio para tratar el tema, el 16 de Octubre de ese año, pero ante el apoyo demasiado decidido de los obispos a los templarios (decidieron no condenarles sin antes oírles hablar) se temió un ataque del rey francés y lo disolvió.
Reunió valor para volver a convocarlo en 1312, pero sus titubeos permitieron actuar al rey francés y el nuevo concilio empezó con Felipe IV a las puertas de Roma acompañado de todo su ejército. El Papa volvió a sentir el miedo, y por su cuenta disolvió la orden a través de la bula Vox Clamentis, donde matizaba hacerlo «…no sin amargura y dolor íntimo…»
Pero Clemente V, derrotado en su intento de salvar a los templarios, decidió darse un pequeño gusto fastidiando al rey francés con la bula Ad Providam Christi, donde repartía los bienes del temple a otras órdenes y no a Felipe. Los hospitalarios los recibieron en Francia, mientras en España los templarios, que aun gozaban alli de prestigio y eran necesitados en la lucha contra los moros, conservaron sus bienes y su condición integrados en otras ordenes más pequeñas creadas al efecto.
Felipe IV «El Hermoso».
Felipe IV solo gano a medias: Eliminó el temible enemigo que suponía la orden y se ahorro el pago de prestamos, pero perdió la oportunidad de apoderarse de las posesiones templarías. Los Hospitalarios franceses recibieron poco o nada, pues los sicarios de Nogaret ya habían saqueado las posesiones del temple con una eficiencia digna de mejor fín.
Los templarios que no se integraron en otras ordenes, caso dado, como ya hemos visto en España o en Chipre, no tuvieron muy buen porvenir. Juzgados por tribunales eclesiásticos, fueron encarcelados de por vida en una mugrienta cárcel medieval o dejados libres sin ninguna posesión. A estos últimos hubo de mantenerles su familia, su habilidad con la espada o la mendicidad. Triste destino para aquellos que tanto lucharon por la cristiandad en Tierra Santa.
El Fin.
Clemente V se reservo la potestad de juzgar a los últimos cuatro grandes dirigentes del temple: Jacques de Molay, Hugues de Pairaud, Geoffroi de Charnay y Geoffroi de Gonneville. Bueno, más bien, la potestad de hacerse perdonar sus pecadillos contra el rey Felipe IV sirviéndoselos en bandeja, juzgándolos en Paris un tribunal formado, entre otros, por el obispo de Sens, que ya había quemado vivos a varios templarios, y los odiaba entre mucho y muchísimo.
Se congrego una gran muchedumbre esperando ver morir a cuatro malvados herejes, pero los parisinos se encontraron con cuatro ancianos maltrechos, que confesaron todo esperando a cambio clemencia, y que al oir su condena de cadena perpetua, exclamaron, empezando por Molay , que merecían la muerte por mentir sobre la orden, y se desdijeron de todo lo confesado.
El pueblo, aunque era bastante manipulable, albergaba aún la clemencia necesaria para exigir un perdón para aquellos pobrecillos, causando unos graves disturbios reprimidos por la guardia real. Y Felipe IV, hasta las narices del espinoso asunto, les mando quemar esa misma noche.
El párroco real Geoffroi registro como, mientras era atado a la estaca donde se le incineraría en una pequeña isla del Sena llamada Vert-Galand, Molay se mostraba alegre (sin duda pensó, con razón, que alli acababan sus sufrimientos) y pronunciaba la famosa «maldición templaria»: «Todos aquellos que son contrarios a nosotros, sufrirán de nuestras propias manos» . En efecto, el Papa Clemente V y el rey Felipe IV fallecieron ese mismo año (1314).
La maldición del Maestre Jacques de Molay aun no ha sido levantada…..
+++Nada para nosotros Señor, nada para nosotros, sino a Tu nombre sea dada la Gloria+++